sábado, 16 de marzo de 2013

Los hombres no son manzanas

Los hombres no son manzanas

No solo es que creamos que nos toman por tontos, es que efectivamente lo somos. A los hechos me remito la sanidad se vende al mejor postor, la educación vuelve al latifundio de los ricos, los sobresueldos engordaron a la par que los mileuristas eran convertidos a una creencia económica menor, la deuda pública ha solicitado la triple nacionalidad germanochinahispana, los bancos roban impunemente a sus clientes, … Y sin embargo, no surge ningún movimiento organizado cuyas acciones cívicas hagan temblar las piernas de los que a costa de mantener unas fortunas, las más de las veces ilícitas, han destruido a golpe de impuestos a la clase obrera. Se dice erróneamente que se han desecho de la clase media, como si ésta hubiese tenido alguna vez otro poder distinto al que el pueblo delegó. Las fantasías gubernamentales pueden a veces darles a nuestros representantes la ilusión de poder hacer lo que se les antoje por el simple hecho de ser elegidos. Sin embargo, parece que han guardado en la caja fuerte de su consciencia,  la cláusula no escrita más importante: se esperaba de ellos que hiciesen lo correcto, y no ha sido así. Siendo que la justicia sirve indirectamente al mejor postor, que nadie se sorprenda si el pueblo se decide por una más práctica aunque menos correcta.

No puedo adivinar ni cómo ni cuándo esto sucederá, pero estoy en desacuerdo con los que creen en la teoría de la rana cocida. Mi padre, con el que discrepo en varias ocasiones y dialogo en otras tantas, me ofrece muchas veces, desde la perspectiva de la madurez, frases más allá de los refranes o del saber popular, porque éstas suelen oler a conformismo. Ante la posibilidad de corrupción de las personas, muchas veces se propone que los hombres se comportarán de forma similar a lo que ocurre cuando en un cesto de manzanas lozanas se coloca una que esté podrida. Es decir, sabemos que al poco tiempo y si nadie las separa, todas acabarán podridas. Pero mi padre siempre argumenta: “Los hombres no son manzanas”.

¡Cuánta verdad en una frase tan corta! ¡Qué sabiduría concentrada! Si todos los individuos de una sociedad se atuviesen a lo que dictamina el acervo popular, no habría cabida para el menor cambio. Las revoluciones serían productos plenamente utópicos e imposibles de llevar a cabo ni tan siquiera en parte. Del mismo modo, para mí es claro que los hombres no se comportarán como la rana cocida lentamente de forma indefinida. Algunos saltarán del cazo desafiando cualquier peligro al que puedan enfrentarse, bien por desesperación bien por consciencia. Con ellos se desatará una reacción en cadena porque todos querrán salir de un agua cada vez más caliente. Es posible que lo hagan en un simple acto de pánico, al pensar que si alguien lo hace es porque hay peligro, pero muchos otros lo harán para seguir a los nuevos líderes de nuestro tiempo.