miércoles, 6 de junio de 2012

Los Unos y los Ceros



    ¡Qué patético¡ ha sido ver celebrar con la euforia de un perro enfermo de rabia, los goles germanos y las pifias españolas en la temida ronda de penaltis que prosiguió al tiempo reglamentario en la Semifinal de la Champion League que enfrentaba a Bayer de Munich y Real Madrid. A nadie sorprendería mi estupor, sino dijera que soy culé, es decir, que animo al Fútbol Club Barcelona en competiciones oficiales, hasta que el Málaga ocupe la posición que le corresponde.

    Yo puedo ser partidario de un determinado club de fútbol, deleitarme con sus jugadas y desesperarme con sus errores, pero por encima de todo soy español. Debo confesar que esta sensación nacionalista ha acudido a mí recientemente de la mano de lo que llaman madurez, pero no por ello carece de intensidad.

    Los posicionamientos polares que parece estamos obligados a respetar por encima de nuestras convicciones, no nos dejan ver un bosque de opciones. Vivimos con la herencia de un mundo que crecía desaforadamente basado en una premisa muy sencilla y eficaz: eres de los nuestros o no lo eres.

    En aras de la gobernabilidad nos sometimos a la férrea disciplina de los síes y noes, del soy y no soy, de los unos y los ceros. Mi padre siempre afirma que vivimos en un matrix , y la verdad es que razones no le faltan. Además su proposición tiene la ventaja de que es indemostrable en sentido favorable o adverso.

Diríase que estamos encorsetados entre numerosas decisiones aritmético-lógicas planteadas en forma disyuntiva dándonos la falsa y placentera sensación de que controlamos en gran parte nuestras vidas. Se es del Madrid o del Barça; de la izquierda o de la derecha; de los dominantes o los pasivos; de los triunfadores o los perdedores; de los valientes o de los cobardes;... Este modelo de toma de decisiones ha conducido inexorablemente a una concentración del poder de la sociedad.

Obsérvese sino el comportamiento de la política general española. Cualquier ley desarrollada y expuesta en el Congreso de los Diputados será aceptada sin discusión por el conjunto de los diputados que pertenezcan al partido político emisor, y del mismo modo será rechazada de plano por sus antagonistas. Eso es tanto como suponer que todo lo que diga el partido de ideología opuesta al que perteneces es absurdo, y nos llevará al caos. Análogamente todo lo que exprese tu partido será estupendo o lo menos malo. Silencio para reflexionar. Es algo tan estúpido que difícilmente sería cuestionable. Llegados a este punto el lector debería preguntarse: “Bueno, entonces ¿por qué seguimos usando esta forma de dirigir?”. Si alcanzado este párrafo  usted no se ha hecho pregunta alguna similar a la anterior tiene dos opciones: volver a leer el texto detenidamente desde el principio; o dejar de leerlo inmediatamente para no perder más tiempo. Este humilde servidor no es ajeno a la polaridad de lo planteado en la frase anterior.

La respuesta es muy sencilla: a la mayoría de nosotros no nos gusta la zozobra en los acontecimientos venideros. Nos sentimos como mínimo incómodos ante la menor sombra de incertidumbre en nuestro futuro. El autor se confiesa aterrado ante cualquier elección que implique riesgo. Sin embargo, la historia nos enseña una y otra vez, que es durante las crisis cuando se pone en duda todo lo establecido y, por lo tanto, es el momento en el que aparece toda una paleta de soluciones para muchos de los problemas planteados. Si estas ideas nuevas no fueran acompañadas de las personas que creen fielmente en ellas, jamás habríamos avanzado en ninguna dirección. Dicho esto, ¿no ha llegado la hora de abandonar el modelo polarizado cuya utilidad está limitada a los confines de la estabilidad, para abrazar las nuevas revoluciones ideológicas?

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